Quienes advierten sobre un supuesto ascenso del yuan o incluso del euro pasan por alto los problemas estructurales de ambas opciones.
La administración Trump avanza en una estrategia silenciosa pero decisiva para reforzar el papel de Estados Unidos como la potencia financiera del mundo. Lejos del pesimismo de los expertos que llevan décadas anunciando el declive del dólar, la Casa Blanca apuesta por una iniciativa que combina innovación, fuerza económica y una visión clara de soberanía monetaria. El objetivo es sencillo. Hacer que el dólar vuelva a ocupar el lugar que le corresponde.
El impulso más dinámico proviene del mercado de las stablecoins, un sector que crece con fuerza y que funciona como una extensión moderna del dólar. Hoy la inmensa mayoría de estos activos digitales está respaldada por el dólar. Washington entendió que ese punto de apoyo ofrece una ventaja estratégica enorme. Cada vez que el mundo usa una stablecoin emitida en Estados Unidos, aumenta la demanda global del dólar y se refuerza la compra de bonos del Tesoro que garantizan su valor. En un momento en el que la deuda federal supera %120 del PIB, la capacidad de financiarse con confianza internacional es una herramienta que ningún otro país posee.
El Congreso ya dejó clara su postura con la aprobación del Genius Act que regula el ecosistema digital y abre la puerta a una expansión todavía mayor de las stablecoins. Para el Departamento del Tesoro, esta tecnología no solo moderniza los pagos. También amplía el alcance del dólar a miles de millones de personas que nunca tendrían acceso al sistema financiero estadounidense. El resultado es una forma de dolarización global que ocurre sin intervenciones militares ni presiones diplomáticas. Es pura influencia basada en innovación y confianza.
El interés internacional por adoptar el dólar tampoco ha desaparecido. Funcionarios de alto nivel han conversado con economistas especializados en estabilización monetaria para evaluar si otros países pueden seguir los pasos de Ecuador o El Salvador. La razón es evidente. Para economías golpeadas por crisis, inflación o inestabilidad política, el dólar representa un ancla sólida que ningún banco central local puede garantizar. Y mientras otros países buscan refugio en la moneda estadounidense, Washington consolida su liderazgo.
Quienes advierten sobre un supuesto ascenso del yuan o incluso del euro pasan por alto los problemas estructurales de ambas opciones. China mantiene un control absoluto sobre los flujos de capital y Europa sigue sin la unión fiscal necesaria para sostener una moneda realmente competitiva. La realidad es que ningún sistema financiero rival ofrece la transparencia, liquidez y fortaleza institucional que brinda el dólar.
Es cierto que la política comercial firme de Trump ha generado ajustes temporales en el tipo de cambio. Sin embargo, incluso esas medidas tienen un propósito estratégico. Defender a los trabajadores estadounidenses, equilibrar el comercio internacional y evitar que China aproveche prácticas desleales. La visión es clara. Un dólar fuerte no es solo una herramienta económica. Es un instrumento de poder nacional. Y bajo esta administración, Estados Unidos vuelve a actuar como una nación que lidera en lugar de pedir permiso.






