México entra al tablero de los semiconductores: talento en disputa y la sombra de Washington

México confía en que el vínculo técnico con Estados Unidos será decisivo para continuar las negociaciones.

En el mapa global de los chips, México quiere dejar de ser espectador y convertirse en jugador. El escenario elegido es Guadalajara, el llamado “Silicon Valley mexicano”, donde ya se concentra el grueso de la industria tecnológica del país. Pero la gran apuesta no se mide en toneladas de silicio, sino en la capacidad de formar miles de ingenieros que alimenten a una industria marcada por la competencia feroz con Asia.

El plan suena prometedor: ensamblar, probar y empaquetar semiconductores para aliviar a las fábricas estadounidenses, cada vez más enfocadas en procesos de mayor especialización. México tiene la ventaja geográfica, la experiencia manufacturera y una red creciente de empresas que miran hacia el norte. Sin embargo, el terreno no está despejado: faltan incentivos, inversión sostenida y, sobre todo, certezas en la relación con Estados Unidos.

Empresas emergentes como Circufy ya intentan acortar la brecha formando a jóvenes ingenieros en tecnologías de vanguardia, muchas de ellas disponibles apenas en un puñado de laboratorios a nivel mundial. “La calidad ya la tenemos, lo que falta es volumen”, repiten los emprendedores del sector. Y no exageran: según ManpowerGroup, el déficit de personal capacitado en tecnologías de cómputo en México llega al 79%.

El gobierno federal, consciente de esa carencia, ha abierto conversaciones con gigantes como Samsung y Nvidia, además de asociaciones industriales estadounidenses, para trazar corredores de integración que conecten fábricas en California, Arizona, Texas y el Medio Oeste con clústeres en el norte y occidente de México. El objetivo: convertir al país en socio indispensable en una cadena de suministro marcada por la incertidumbre política en Washington.

La llegada de Trump a la Casa Blanca ha enfriado parte del entusiasmo. El presidente ha cuestionado el CHIPS Act —impulsado por su antecesor Biden— y con él, las promesas de coordinación con aliados regionales. El cierre de plantas en Costa Rica es un recordatorio de lo volátil que puede ser esta relación. Aun así, México confía en que el vínculo técnico con Estados Unidos resista las tensiones diplomáticas.

En paralelo, el gobierno de Claudia Sheinbaum impulsa Kutsari, un centro de investigación cuyo nombre en purépecha significa “arena”, una referencia al silicio. Allí se trabaja en diseño de circuitos, una tarea que requiere años de incubación y grandes dosis de paciencia.

La apuesta es clara: no competir con Taiwán o Corea en chips de cinco nanómetros, sino consolidarse en segmentos más amplios, los de más de 30 nanómetros, donde hay demanda constante para autos, iluminación y transporte público. Un mercado menos glamuroso, pero igual de vital.

México quiere ser parte de una industria que en 2030 podría valer un billón de dólares. La pregunta es si tendrá el tiempo, el talento y la estabilidad política suficientes para no quedarse en el intento.