Mauro Graciano Ricalde: El genio mexicano que desentrañó el misterio del cometa Halley

Desde Mérida, Mauro Graciano Ricalde calculó la órbita del cometa Halley y acercó la ciencia a todo un país.

Mientras la expectación crecía, y con ella algunos temores alimentados por la prensa de la época, Mauro Graciano Ricalde optó por la razón. Con precisión matemática y vocación educativa, observó el fenómeno, calculó su órbita y publicó un folleto que explicaba, con lenguaje claro y accesible, la naturaleza de los cometas y por qué no había motivo para alarmarse. En un país donde la divulgación científica aún daba sus primeros pasos, Ricalde no solo aportó conocimiento: tendió un puente entre la astronomía de vanguardia y la vida cotidiana.

Nacido en Mérida en 1873, Ricalde aprendió desde niño a resolver problemas complejos por su cuenta. Su talento se hizo evidente muy pronto: a los 12 años ingresó a la Escuela Normal de Maestros mintiendo sobre su edad y saltándose el primer año. A los 15 ya era egresado y pronto comenzó a destacar como una mente matemática excepcional.

Uno de sus primeros retos públicos fue calcular el peso de una campana agrietada en la catedral de Mérida, sin desmontarla. Lo hizo con tal precisión que ganó el respeto de ingenieros y autoridades. Pero fue su incursión en las matemáticas superiores lo que lo llevó más lejos: desde su casa en Yucatán, intercambiaba soluciones y propuestas con revistas científicas europeas. En 1901, publicó un método innovador para resolver ecuaciones de quinto grado, usando funciones elípticas, una técnica que simplificaba los cálculos como nunca antes se había hecho.

Su momento estelar llegó con la llegada del cometa Halley en 1910. Ricalde observó el cometa con un telescopio modesto y calculó su órbita. Su conocimiento se codeaba con el de astrónomos europeos. 

Además de ser un genio autodidacta, Ricalde fue también contador público, maestro y funcionario clave en auditorías estatales. Nunca dejó de estudiar ni de compartir su saber. Murió en 1942, víctima de una infección, pero su legado sigue presente en libros, escuelas, parques… y en el cielo que aprendió a leer como pocos.

Mauro Graciano Ricalde no necesitó una gran universidad para hacer historia. Le bastaron papel, lápiz, y una mente brillante decidida a desafiar los límites.