Tratar el voto latino como monolito es una receta para el fracaso.
Texas y California se mueven a toda velocidad para redibujar sus distritos del Congreso y, otra vez, los votantes latinos pueden inclinar la balanza. En Austin, la Cámara estatal aprobó un rediseño inusual a mitad de década, impulsado por Donald Trump, que podría sumar hasta cinco escaños republicanos en 2026. El plan ya desató demandas que acusan a los legisladores de crear “distritos mayoritarios latinos de fachada” para diluir el voto hispano mediante “packing” y “cracking”.
En California, el gobernador Gavin Newsom promueve una maniobra espejo: llevar a la boleta de noviembre mapas que, de aprobarse, afianzarían varios curules demócratas y neutralizarían las ganancias republicanas en Texas. La campaña nació con un discurso de “contrapeso democrático” frente a Trump y puso a líderes demócratas, muchos de ellos latinos, a pedir el voto a favor. Pero no es un cheque en blanco: una encuesta del Berkeley IGS señala un 48% a favor, un 32% en contra y un 20% indecisos, con tasas particularmente altas de indecisión entre latinos. El margen es real, pero la apatía o el escepticismo de ese electorado puede definir el resultado.
El dinero también corrió. Charles Munger Jr., arquitecto de la comisión independiente que desde 2010 traza los distritos en California, donó 10 millones de dólares para frenar la medida (“No on Prop. 50”). Del otro lado, sindicatos y donantes demócratas han financiado la campaña del “Sí” —rebautizada por sus impulsores como “Election Rigging Response Act”— para vender la propuesta como la única forma de “equilibrar” lo que ocurra en Texas. Más allá del marketing, el choque expone una contradicción: para “defender” la democracia, ambos bandos promueven gerrymandering cuando les conviene.
La lección política es clara: tratar el voto latino como monolito es una receta para el fracaso. En el sur de Texas, bastión hispano, los republicanos confían en consolidar el giro hacia Trump; en el Valle Central y el sureste de L.A., los demócratas buscan capitalizar demografía y descontento con el trumpismo. Pero las prioridades latinas como el costo de vida, la seguridad, el empleo, y servicios, pesan más que los eslóganes. Si Texas sobrerreacciona y California sobredimensiona su mandato, ambos pueden terminar alienando al mismo electorado que necesitan. En 2026, la llave del Congreso podría estar menos en los mapas que en la paciencia, o impaciencia de los latinos.






