Los “cheapfakes”: la nueva carnada de indignación en YouTube

Ante el auge, YouTube actualizó en julio sus políticas para frenar contenidos generados por IA que manipulen la realidad sin aclararlo.

Mark Wahlberg jamás fue humillado en The View. No hubo gritos, ni salidas teatrales, ni un público conmocionado. Sin embargo, cientos de miles de personas en YouTube juraron haber presenciado ese espectáculo. ¿La razón? Un video generado con inteligencia artificial que nunca mostró imágenes en movimiento, solo una foto estática con narración robótica y guion de fanfiction barato.

Ese es el truco de los llamados cheapfakes: producciones mínimas, ensambladas con imágenes reales, voces sintéticas y subtítulos, que recrean escenas ficticias protagonizadas por celebridades. No llegan al nivel técnico de un deepfake, pero cumplen el mismo objetivo: sembrar confusión, indignación y, sobre todo, generar clics.

Una investigación detectó al menos 120 canales dedicados a este tipo de contenido. Se presentan con nombres anodinos, Celebrity Scoop, Media Buzz, Talk Show Gold, y se camuflan entre recopilaciones auténticas de programas como Jimmy Kimmel Live! o Today with Jenna & Friends. Algunos incluyen una nota escondida que admite el carácter ficticio; otros ni eso. El resultado es que miles de usuarios, en particular los de mayor edad, creen estar viendo escenas reales de celebridades enfrentándose en televisión.

Los psicólogos lo explican con claridad: estos videos explotan emociones fuertes, en especial la indignación. Simon Clark, experto en desinformación de la Universidad de Bristol, señala que la rabia es un motor perfecto para que la gente comparta y comente. En tiempos en que muchos consumen YouTube de forma pasiva —mientras limpian, conducen o incluso duermen—, la veracidad importa menos que la capacidad de provocar una reacción visceral.

La estrategia sigue un patrón: un actor querido, como Denzel Washington o Keanu Reeves, es retratado como héroe frente a un presentador progresista y hostil. El guion, plagado de clichés, refuerza estereotipos políticos y apela a audiencias conservadoras. No es casualidad: los creadores —muchos fuera de Estados Unidos— saben que la indignación vende y que los algoritmos de YouTube premian el tiempo de visualización, no la veracidad.

Ante el auge, YouTube actualizó en julio sus políticas para frenar contenidos generados por IA que manipulen la realidad sin aclararlo. Hasta ahora, la compañía ha eliminado decenas de canales, aunque expertos advierten que la regulación siempre corre detrás del ingenio de los productores de desinformación.

El trasfondo es económico: detrás de correos con nombres como earningmafia queda claro que la meta es monetizar la polémica. Con IA, fabricar estos relatos cuesta minutos y los beneficios potenciales se multiplican. Como explica Sandra Wachter, investigadora en ética de datos de Oxford: “El modelo de negocio de las plataformas se alimenta de lo tóxico y lo indignante; ahora, la IA lo abarata aún más”.

En la era de los cheapfakes, no se necesita un montaje perfecto para engañar. Basta con una historia verosímil y un público dispuesto a indignarse para que la ficción se confunda con la realidad.