Economistas cercanos al gobierno hablan de auditar e incluso limitar el papel del banco central en la fijación de tasas.
La Reserva Federal volvió a sacudir el tablero económico estadounidense con dos decisiones que, aunque separadas por apenas 48 horas, marcan el rumbo de los próximos meses. El 30 de julio, el banco central decidió mantener sin cambios la tasa de interés de referencia entre 4.25% y 4.50%, y el 1 de agosto, la gobernadora Adriana Kugler presentó su renuncia inesperada.
La primera decisión refleja la línea dura del Comité Federal de Mercado Abierto, que ignoró la presión de dos de sus propios miembros, Christopher Waller y Michelle Bowman, que pedían un recorte de 0.25 puntos. Se trata del quinto encuentro consecutivo sin movimientos y del mayor nivel de disenso interno desde 1993.
El presidente de la Fed, Jerome Powell, justificó la pausa con el argumento de la “incertidumbre” generada por los aranceles y el riesgo inflacionario, aunque al mismo tiempo presume cifras que hablan de una economía robusta: inversión empresarial al alza, más empleos, salarios en crecimiento y una inflación que, aunque moderada, se mantiene en 2.7%, por encima del objetivo del 2%.
El problema es que detrás de esa prudencia técnica se esconde un alto costo político y social. Con las tasas en niveles elevados, los créditos hipotecarios se mantienen caros y la compra de vivienda se convierte en un sueño cada vez más lejano para millones de familias. Lo mismo ocurre con los préstamos para pequeños negocios y tarjetas de crédito, que trasladan al ciudadano común el peso de un déficit fiscal federal en expansión.
Donald Trump no ha dudado en señalar que la Fed está “lastimando a la gente” y bloqueando el acceso a la vivienda. Economistas cercanos al gobierno hablan de auditar e incluso limitar el papel del banco central en la fijación de tasas. El debate sobre la autonomía de la Fed, hasta ahora intocable, empieza a ganar espacio en el Congreso.
La salida de Kugler, nombrada por Joe Biden en 2023, añade un elemento político: Trump tendrá la oportunidad de colocar a un perfil más cercano a su visión de “tasas bajas y crecimiento rápido”, siempre que obtenga el visto bueno del Senado.
Mientras tanto, la Fed confía en que los próximos reportes de empleo e inflación le den margen para un eventual recorte en septiembre. Pero si la reducción llega tarde, como teme la Casa Blanca, el costo ya estará pagado en forma de menos innovación, menos contratación y un mercado inmobiliario paralizado.
La paradoja es clara: la Fed dice proteger la estabilidad de los precios, pero su inacción está alimentando otra crisis, la de la asequibilidad de la vivienda y el financiamiento, con consecuencias que pueden sentirse mucho más allá de Wall Street.







