Su postura, inesperada, está generando un terremoto político que los hace perder credibilidad.
Hace más de diez años, grupos como California Common Cause y la League of Women Voters encabezaron una batalla para sacar a los políticos del proceso de redibujar distritos electorales. Su meta era clara: acabar con el “gerrymandering” o la manipulación de distritos electorales y crear un sistema justo y ciudadano.
Hoy, esas mismas organizaciones están en el centro de la polémica. En lugar de oponerse a la Proposición 50, el plan del gobernador Gavin Newsom que busca cambiar el mapa electoral de California a mitad del ciclo, han decidido quedarse neutrales. Y esa postura, inesperada, está generando un terremoto político.
Hasta hace poco, Common Cause planeaba una campaña contra el proyecto y buscaba financiamiento junto al millonario Charles Munger Jr., aliado histórico en la creación de la comisión ciudadana de redistritaje. Pero en cuestión de días, la organización nacional cambió de rumbo: ordenó a su capítulo en California no pronunciarse. Varias personas renunciaron en protesta y los críticos acusan que el grupo ha cedido a las presiones partidistas.
La decisión refleja un dilema mayor: ¿cómo se defienden principios de imparcialidad en un país tan polarizado? Para muchos en Common Cause, la amenaza de un gerrymander republicano en Texas o en otros estados pesa más que mantener la línea dura contra cualquier manipulación de mapas, venga de donde venga.
El silencio de estas organizaciones fue un triunfo político para Newsom. Su equipo celebró la retirada como señal de que “hasta los vigilantes reconocen el juego de Trump”. La neutralidad también alentó a otros líderes demócratas, desde Illinois hasta Nueva York, a considerar medidas similares. Incluso Barack Obama respaldó públicamente el plan de California.
Pero no faltan voces críticas. Munger, ahora tachado de “millonario MAGA” por los promotores de la medida, dice sentirse traicionado. Exaliados como el ex senador Sam Blakeslee advierten que Common Cause está dañando su credibilidad y perdiendo su papel de árbitro independiente.
En el fondo, la historia muestra una paradoja incómoda: los grupos que nacieron para vigilar a los políticos hoy parecen atrapados por la misma dinámica de polarización que antes denunciaban. Y en medio de la batalla por el mapa electoral, la pregunta persiste: si hasta los defensores de la imparcialidad se quedan callados, ¿quién queda para defender el centro?