La administración Trump redefine las prioridades de Estados Unidos rumbo a la cumbre de la OTAN

Tras décadas en las que muchos aliados europeos privilegiaron el gasto social sobre el militar —dependiendo de Washington en crisis como Libia o Kosovo—, EE.UU. quiere un reparto real de cargas.

La política exterior de la actual administración se basa en una doctrina conocida: paz mediante la fuerza. Esta visión marca la hoja de ruta de la próxima cumbre de la OTAN en La Haya (24 y 25 de junio), donde Estados Unidos buscará consolidar su liderazgo exigiendo compromisos concretos a sus aliados: más gasto en defensa, más capacidades militares y una estrategia clara frente a China.

El objetivo estadounidense es elevar el gasto mínimo de defensa al 3.5% del PIB en todos los países miembros, cifra que se considera apenas un punto de partida para reforzar el poder disuasivo de la Alianza. Tras décadas en las que muchos aliados europeos privilegiaron el gasto social sobre el militar —dependiendo de Washington en crisis como Libia o Kosovo—, EE.UU. quiere un reparto real de cargas. Mientras los ataques hutíes en el mar Rojo interrumpen el comercio internacional, las fuerzas europeas permanecen en gran medida ausentes, y Estados Unidos ha vuelto a intervenir para cubrir ese vacío, lo que pone de relieve la necesidad percibida de una mayor implicación por parte de los aliados.

El Pentágono y el Comando Europeo abogan también por designar cuanto antes al próximo comandante supremo aliado (SACEUR, por sus siglas en inglés), puesto tradicionalmente ocupado por un general estadounidense. Según la doctrina militar de EE.UU., este rol es clave no solo por su capacidad operativa, sino porque garantiza el control sobre armas nucleares compartidas bajo mando exclusivo del presidente. Aunque en el futuro podría abrirse a un mando europeo, Washington considera prematuro hacerlo si no hay un aumento sustancial en inversión y capacidades.

Otro punto prioritario: la amenaza china. La OTAN reconoció en 2022 que el régimen de Beijín representa un “desafío sistémico” para la seguridad euroatlántica. Pero, desde entonces, las tensiones se han intensificado: China ha abastecido a la maquinaria bélica rusa, ha comprado puertos clave en Europa y ha intensificado sus operaciones cibernéticas.

Estados Unidos quiere que la Alianza pase del diagnóstico a la acción y adopte una estrategia formal que limite la transferencia de tecnología militar, condene la agresión china en Asia y fortalezca la cooperación con aliados como Japón, Corea del Sur o Australia.

En resumen, la estrategia de la administración actual apunta a reequilibrar el rol de EE.UU. dentro de la OTAN: reducir su carga directa sin abandonar su liderazgo, y presionar a Europa para que asuma su responsabilidad estratégica. Todo esto, mientras el Pentágono se prepara para redirigir recursos clave al Indo-Pacífico, donde se libra la competencia más decisiva del siglo.