Las empresas azucareras gastan más de un tercio de todo el dinero en cabildeo agrícola.
En Estados Unidos, el azúcar es más caro que en casi cualquier otro lugar del mundo. Mientras el precio global ronda los 20 centavos por libra, los estadounidenses pagan el doble. ¿La razón? Un sistema de subsidios y regulaciones que protege a Big Sugar, un poderoso oligopolio que se beneficia del respaldo gubernamental a costa del bolsillo y la salud de los ciudadanos.
Desde la década de 1980, el gobierno federal ha destinado miles de millones de dólares a apoyar la producción nacional de azúcar. Solo en 2023, el Departamento de Agricultura aumentó la asistencia a los estados productores a 600 dólares por tonelada bruta de azúcar. Este tipo de intervención, lejos de estabilizar precios, ha mantenido los costos artificialmente elevados y ha limitado la competencia en el mercado.
Pero Big Sugar no solo sobrevive gracias a subsidios, sino también a su influencia en Washington. Aunque el azúcar representa menos del 2% del valor total de los cultivos en EE.UU., las empresas azucareras gastan más de un tercio de todo el dinero en cabildeo agrícola. Sus donaciones políticas superan las de cualquier otro sector agrícola, asegurándose de que su monopolio permanezca intacto.
Detrás de esta red de influencia están los hermanos Fanjul, magnates del azúcar con plantaciones en EE.UU. y la República Dominicana. Su imperio incluye marcas como Domino Sugar, Florida Crystals y American Sugar Refining, y financian a demócratas y republicanos por igual para evitar cualquier intento de reforma que afecte su negocio multimillonario.
Impacto en el empleo y la industria
Lejos de proteger el trabajo estadounidense, las políticas azucareras han provocado la pérdida de entre 17,000 y 20,000 empleos al año, principalmente en la industria de procesamiento de alimentos. Con los altos costos del azúcar, muchas empresas de confitería han trasladado sus fábricas al extranjero o han optado por sustituir el azúcar de caña por jarabe de maíz de alta fructosa (HFCS, por sus siglas en inglés), un edulcorante más barato, pero altamente controversial.
Mientras que muchos países han prohibido el HFCS debido a su posible relación con obesidad, enfermedades hepáticas, cáncer de páncreas, diabetes y problemas cardiovasculares, en EE.UU. sigue siendo ampliamente utilizado. Esto se debe a que la industria del maíz también recibe enormes subsidios: 116 mil millones de dólares desde 1995.
Una guerra de subsidios que los ciudadanos pagan con su salud
Durante décadas, los cabilderos del azúcar y del maíz han librado una batalla de subsidios para mantener sus privilegios. Sin embargo, mientras estas industrias luchan por sus ganancias, la salud pública sufre. El gobierno invierte miles de millones en subsidiar azúcar y maíz, pero apenas destina recursos a frutas y verduras, lo que agrava los problemas de alimentación y las altas tasas de obesidad en el país.
Algunas voces han pedido poner fin a esta distorsión del mercado. Se ha señalado al HFCS como un factor clave en la epidemia de obesidad infantil, y hay llamados para eliminar los subsidios al maíz. Pero el cambio debe ir más allá: derogar las cuotas y subsidios al azúcar permitiría que nuevos productores ingresen al mercado, reduciendo los precios, fomentando la competencia y generando empleo.
Si Big Sugar perdiera su monopolio, vastas extensiones de tierras actualmente dedicadas a la producción de azúcar podrían destinarse a usos más productivos. Empresas y consumidores ahorrarían miles de millones de dólares que hoy se desperdician en tarifas y proteccionismo.
Es hora de que los legisladores dejen de proteger los intereses de la industria azucarera y comiencen a proteger a los estadounidenses.