Durante la Guerra Fría, el miedo al comunismo justificó la censura y la purga de maestros y periodistas.
Nada moviliza más rápido a la opinión pública que la frase “piensen en los niños”. Es el anzuelo perfecto para imponer restricciones, silenciar la disidencia y justificar políticas que, bajo el pretexto de la seguridad, erosionan las libertades individuales. Ahora, la alianza de inteligencia conocida como los Cinco Ojos—compuesta por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda—ha perfeccionado esta táctica.
Su última maniobra es un supuesto plan para proteger a los menores de los peligros de internet. Sin embargo, detrás de esta retórica se esconde una ofensiva sin precedentes contra la privacidad digital. Lo que se presenta como una cruzada contra el extremismo juvenil en plataformas como TikTok y Discord es, en realidad, un paso más hacia la vigilancia total.
Es cierto que TikTok representa un problema legítimo. La plataforma es una aspiradora de datos que alimenta a Beijing y promueve contenido altamente adictivo. Pero Estados Unidos y sus aliados no buscan combatir solo la influencia china: quieren asegurarse de que nadie escape a su propio aparato de vigilancia.
La clave de este nuevo esfuerzo está en el ataque a la encriptación, el pilar de la privacidad digital. Según el documento de los Cinco Ojos, la propagación de contenido extremista en línea exige “medidas más efectivas” para controlarlo. En la práctica, esto significa debilitar la encriptación de extremo a extremo, permitiendo el acceso gubernamental a todo tipo de comunicaciones privadas.
La justificación es la de siempre: la seguridad. Pero destruir la encriptación no solo amplía el poder del Estado sobre los ciudadanos, sino que también los deja vulnerables a hackers, ciberdelincuentes y gobiernos hostiles. Y, en una cruel ironía, expone aún más a los mismos menores que estos gobiernos aseguran estar protegiendo. Una puerta trasera en la encriptación no discrimina: si el gobierno puede acceder, también puede hacerlo cualquiera con las herramientas adecuadas.
La estrategia de utilizar a los niños como excusa para imponer vigilancia masiva no es nueva. Durante la Guerra Fría, el miedo al comunismo justificó la censura y la purga de maestros y periodistas. Después del 11 de septiembre, el temor al terrorismo allanó el camino para el espionaje masivo de la NSA, revelado por Edward Snowden.
Ahora, el “enemigo” es el extremismo en línea. El documento de los Cinco Ojos advierte que “los menores están normalizando el comportamiento violento en grupos en línea”. ¿Qué significa esto en la práctica? Que compartir un meme, hacer una broma en un chat o criticar a las autoridades puede ser interpretado como un signo de radicalización. Con un lenguaje intencionalmente ambiguo, se abre la puerta a un monitoreo sin precedentes de la actividad digital de los jóvenes.
El documento insiste en que se necesita un “enfoque integral de toda la sociedad” para abordar la radicalización juvenil. ¿Cómo se traduce esto? En la colaboración entre gobiernos y empresas privadas para recopilar datos de forma masiva, convirtiendo a las redes sociales y las plataformas de mensajería en extensiones del aparato de vigilancia estatal.
Esto no es una advertencia abstracta. Estados Unidos ya ha liderado la carga en vigilancia masiva con programas como PRISM, que recopila correos electrónicos, historiales de navegación y mensajes bajo pretextos legales endebles. Ahora, con el debilitamiento de la encriptación, se refuerza un ecosistema donde cada dispositivo puede convertirse en una herramienta de espionaje.
La erosión de la privacidad nunca ocurre de un solo golpe. Es un proceso gradual, disfrazado de medidas de seguridad, al que la gente se acostumbra hasta que es demasiado tarde. TikTok no es el único problema. Si esta iniciativa de los Cinco Ojos avanza, las futuras generaciones nos culparán por no haber resistido.