Una nueva hoja de ruta para Corea del Norte

Corea del Norte ya no cuenta con la protección incondicional de China y Rusia. Sin embargo, sigue representando una amenaza para la estabilidad de la región.

En 1994, la Administración Clinton firmó el “Acuerdo Marco” con Corea del Norte para congelar su programa nuclear a cambio de ayuda económica y energética, incluyendo la construcción de dos reactores valorados en 5.000 millones de dólares. Sin embargo, el pacto ha sido difícil de verificar. Informes del gobierno estadounidense han señalado que el régimen de Kim Jong-il podría haber seguido desarrollando armas nucleares en secreto, aprovechando los vacíos en la supervisión internacional.

Además, Corea del Norte ha utilizado tácticas de extorsión para obtener más recursos. En 1999, por ejemplo, Estados Unidos accedió a pagar 200 millones de dólares en ayuda alimentaria para inspeccionar un sitio sospechoso de albergar actividad nuclear. Al final, la inspección no arrojó pruebas concluyentes, pero el régimen obtuvo lo que quería: más dinero sin realizar cambios reales en su comportamiento.

Más ayuda, más amenazas

La política de concesiones ha sido ineficaz para frenar la agresión norcoreana. Mientras el país enfrenta una crisis económica y una hambruna que ha costado la vida a cientos de miles de personas, el gobierno de Kim Jong-il sigue invirtiendo en su ejército y en la venta de tecnología militar a países como Irán y Pakistán.

El lanzamiento de misiles de largo alcance y las provocaciones militares demuestran que el régimen no está interesado en la estabilidad regional, sino en maximizar su influencia a través de la amenaza armada. Al mismo tiempo, evita cualquier diálogo significativo con el Sur, exigiendo grandes concesiones como condición previa para negociar.

Un nuevo camino: reciprocidad y presión coordinada

Ante este escenario, Estados Unidos, Corea del Sur y Japón deben replantear su estrategia. En lugar de continuar con una política de concesiones sin garantías, deberían condicionar cualquier nueva ayuda a cambios concretos y verificables, como el fin del programa de misiles y el inicio de un proceso de paz con el Sur.

Algunas propuestas incluyen redirigir la ayuda, destinando los fondos a proyectos de energía convencionales en lugar de construir reactores nucleares, lo que sería más útil y menos riesgoso; crear un “cuerpo de paz” internacional que supervise la distribución de ayuda humanitaria en Corea del Norte para evitar que se desvíe al ejército; y nombrar un enviado especial de EE.UU., un diplomático de alto nivel que coordine esfuerzos con Seúl y Tokio y negocie con Pyongyang desde una posición de firmeza.

La Guerra Fría terminó, y Corea del Norte ya no cuenta con la protección incondicional de China y Rusia. Sin embargo, sigue representando una amenaza para la estabilidad de la región. Ha llegado el momento de exigirle pasos concretos hacia la paz antes de seguir financiando un régimen que usa la crisis humanitaria como herramienta de negociación.

Los aliados deben actuar con determinación: ofrecer incentivos realistas, pero solo a cambio de concesiones verificables. Seguir manteniendo el statu quo no es una opción sostenible ni segura.