La trayectoria sugiere que podría provenir de un sistema estelar con unos ocho mil millones de años de antigüedad.
La comunidad científica pasó del desconcierto a la fascinación en cuestión de semanas. En julio, un sistema de vigilancia de asteroides detectó un punto débil y borroso que no pertenecía a nuestro sistema solar. Era el cometa 3I ATLAS, apenas el tercer objeto interestelar observado por la humanidad. Lo que comenzó como una detección rutinaria se convirtió rápidamente en uno de los fenómenos más intrigantes del año.
A medida que avanzó hacia el Sol, el calor empezó a deshacer la superficie helada del cometa y provocó la formación de una coma, la nube brillante que envuelve a estos cuerpos cuando el hielo se vaporiza. A partir de ese momento, los telescopios comenzaron a registrar comportamientos inesperados. En lugar de liberar principalmente vapor de agua, ATLAS expulsaba cantidades enormes de dióxido de carbono, algo poco común en cometas observados hasta ahora. Para algunos especialistas, esto podría indicar que su superficie está cubierta por una capa de dióxido de carbono que se libera con más facilidad que el agua atrapada en zonas profundas.
La historia se complicó aún más cuando el Very Large Telescope europeo detectó trazas de metales como níquel e hierro en la nube alrededor del cometa. Estos materiales solo deberían evaporarse cuando un cometa pasa extremadamente cerca del Sol, no a cientos de millones de millas. Sin embargo, ya se habían registrado casos similares y ATLAS vuelve a desafiar lo que se creía sobre la física cometaria. Una hipótesis es que estos metales viajen adheridos a moléculas muy volátiles que se evaporan incluso a grandes distancias.
Su origen también es motivo de debate. La trayectoria sugiere que podría provenir de un sistema estelar con unos ocho mil millones de años de antigüedad, lo que convertiría a ATLAS en uno de los objetos más antiguos que han pasado por nuestra región del sistema solar. Cada partícula que desprende contiene huellas de explosiones de supernovas y del sistema planetario que lo expulsó al espacio interestelar hace incontables eras.
A pesar de las teorías extravagantes que circulan en internet, los astrónomos descartan por completo la idea de que sea una nave extraterrestre. Las señales registradas por radiotelescopios coinciden únicamente con procesos naturales vinculados a la descomposición de moléculas y no muestran patrones artificiales. Incluso su cola, que por un tiempo pareció apuntar hacia el Sol, tiene una explicación física conocida. Algunas partículas son demasiado pesadas para ser empujadas por la radiación solar y se desvían en dirección opuesta a lo habitual.
En las próximas semanas, ATLAS seguirá avanzando y podría mostrar más cambios a medida que se aleja del Sol. Si mantiene su estructura o termina fragmentándose, cualquier variación ayudará a reconstruir su composición y su pasado. Tres objetos interestelares no bastan para explicar la diversidad del cosmos, pero este visitante ya empezó a revelar parte de su historia.






